miércoles, 4 de enero de 2017

La Bebida de los Hombres - Parte 4

Margarita no podía terminarse su atole…Tenía el gusto muy amargo y no sabía por qué. Quizá ya no tenía apetito por algo caliente. Su mirada se perdía en la lejanía por sobre los verdes cultivos de maíz; obstinada en reconocer algo que sus ojos no podían distinguir del todo, o bien, tratando de ver para ella y su familia un lugar más allá del Valle de San Jacinto donde pudieran vivir sanos y salvos; donde pudieran tener un futuro que consistiera digamos de por lo menos algunos cuantos mañanas y atardeceres…Pero la pobre no contaba con tales habilidades.

Su esposo Felipe se había dado cuenta del estado en que se encontraba. No hallaba palabras que pudieran reconfortarla y disuadirla de lo que ella quería hacer.
El Padre de Margarita, Don Feliciano, trabajaba con velocidad limpiando las mazorcas recién cosechadas. Sus manos temblorosas y entradas en años no parecían padecer de la rutinaria tarea, y su ánimo parecía no corresponder con la situación que se vivía en el pueblo y en el seno de su propia familia.
Su boca arrugada mostraba apenas unos cuantos dientes prietos pero eso no le impedía sonreír a medida que iba desgranando las historias que más le gustaban. A él poco le importaba que todo mundo las conociera de memoria. Sentía que era un deber suyo, el proveer un poco de alegría y desfachatez mediante esas andanzas jocosas de las cuales se jactaba que había participado; milenios atrás, cuando la Luna era más grande y los campos más verdes - decía él.

  • Y por qué terminó casándose el hijo de Don Aureliano con esa mujer de la capital? Creo que nunca nos ha contado esa parte, Suegro - comentó Felipe, no tanto para escuchar de nuevo la respuesta que ya sabía, sino para hacer tiempo en lo que pensaba qué decirle a su esposa.
Don Feliciano, quien no tenía un pelo de tonto, reconoció de inmediato la pregunta y la intención. Echo una rápida mirada hacia su hija y retomó la conversación, no sin antes contestarle a Felipe la inquietud.
  • Ese zoquete se casó porque su familia lo obligó; para responderle a la muchacha pues!…No supiste que el tonto la embarazó la misma noche que ella llegó? No sabes cuánto le pudo eso a Don Aureliano, porque él tenía piensos muy distintos para su hijo. Pero no responsabilizarse de lo que hizo su hijo, es algo que jamás harían los Mendiola.
  • Si no mal recuerdo, Julián quería a esta muchacha de los García…¿Cómo se llamaba?…Lourdes? No es así?
  • Eso sí no lo sé, tú…Se les veía muy unidos, pero sabrá Dios lo que haya pasado ahí. Sobre todo luego de la fiesta de Doña Teresa; ahí fue donde ese muchacho le puso los ojos encima a esa niña de la capital.
  • Y no habrá sido al revés, oiga?
  • Quien sabe. Ese tipo de cosas pasan, Felipe. Y otras peores. Te lo dice alguien que ha vivido muchos años…Qué pues, mija?, ¿en qué está pensando?
  • Ay, en nada, Apá…Ya ve cómo me pongo siempre por estas fechas - respondió Margarita, sin mucho entusiasmo y sin despegar la mirada del horizonte; mientras depositaba su atole en el suelo. Luego preguntó: - Felipe, ¿dónde anda Damián? Hace un rato que no lo miro.
  • Creo que se durmió…Me dijo que estaba cansado.
  • Qué bueno…Así no verá lo que pasará en unos momentos…
  • ¿A qué te refieres, mujer?
  • Un caballo…Un jinete muerto…
  • ¿Qué?…¿De qué hablas? - Felipe y Don Aureliano se levantaron como impulsados por un rayo y se pusieron en guardia. Pero ellos no veían lo que Margarita Veía.
Ambos miraban en dirección a dónde veía ella…Pero no había rastro de ningún caballo ni de nadie. Voltearon luego hacía el rancho de los Morales y tampoco…Todo estaba muy tranquilo y tampoco se escuchaba nada. Sin embargo, la esposa de Felipe seguía con la vista fija en el campo.
A Felipe le costaba cada vez más el negar que algo verdaderamente terrible pasaba en Las Magdalenas. En su fuero interno hacía oídos sordos a las muertes y al miedo generalizado; no le gustaba la idea de marcharse y dejar la casa de sus padres; distanciarse de amigos…Porque además, ¿a dónde se iría? No contaban con el dinero suficiente para establecerse en otro lugar, ni los medios para irse.
  • Escuchaste eso, Felipe?!… - Preguntó Don Feliciano de repente.
  • No…¿Qué cosa?…¿En dónde?
Aquello a lo que se refería el Padre de Margarita era una especie de murmullo; algo que poco a poco se iba acercando más hacia ellos; algo o alguien venía aplastando (o apartando) las milpas, a un costado de la casa.
Sin pesarlo un segundo más, Felipe corrió al interior de su casa y se dirigió a su habitación. Como pudo, quitó rápidamente dos tablas del piso, cerca de la cama y extrajo una escopeta. Salió con ella y se unió a Don Feliciano, quien empuñaba ya el cuchillo que había empleado para cortar las mazorcas.
  • No necesitas una escopeta, Felipe - Dijo Margarita… - Lo que necesitas es considerar si yo y tu familia merecemos correr la misma suerte que este pueblo maldito!
  • Este pueblo no está maldito, mija! Algún forajido está matando a la gente. Eso es todo, pues!
  • Estas cosas no son obra de un criminal, Apa…Cualquiera se puede dar cuenta cuando la suerte cambia y las desgracias comienzan a ser el pan echado a perder de todos los días.
  • Tranquila, “viejita”…Emiliano, los muchachos y yo estamos buscando al responsable. Te aseguro que no tarda en caer ese desgraciado. Sea quien sea. Pagará por todo lo que ha hecho.
  • No, viejo. Todos vamos a caer. Todo el pueblo sangrará. Alguien ya lo decidió. Las Magdalenas es un pueblo que se puede dar por muerto.
En eso, un caballo emergió de las milpas, y en su lomo venía alguien totalmente inconsciente; sus manos colgaban flácidas  a ambos costados del animal y un reguero de sangre bajaba por la crin, y le recorría toda la pata delantera izquierda.
Felipe le entregó el arma a su esposa y corrió a sujetar las riendas del animal para obligarlo a detenerse. Algo no estaba bien; no había lógica que un caballo se metiera en las milpas en lugar de irse por un sendero o un camino; ¿y quién era el infortunado que yacía en el lomo? Eso era lo primero que tenían que aclarar.

Jaló al cadáver hacia sí y como pudo lo depositó en el suelo. Don Feliciano apartó al caballo y lo amarró del viejo y arqueado encino al frente de la casa. Felipe revisó al muerto y le pareció inusual no encontrar heridas en ninguna parte. Nariz afilada, barba descuidada y pómulos semi-hundidos…No conseguía identificar al fulano. No iba armado pero portaba el cinturón con el compartimiento de la pistola vacío.
¿De quién era la sangre que estaba en el caballo?…Le tomó el pulso, pero de todos era conocido que Felipe no era particularmente bueno en estas cuestiones. ¿Serían sus propios latidos los que él percibía en la muñeca del desconocido?, ¿y no se suponía que todos los muertos debían de tener un tono más blanquecino y los labios amoratados?
  • ¿Respira o no, Felipe? - preguntó Don Feliciano, pero esa era precisamente la prueba que le daba más miedo, porque…¿Y si descubría que no estaba muerto, qué se suponía que debía de hacer?…¿Y por qué Margarita les había dicho que un muerto venía en camino?, ¿cómo sabía ella que el individuo realmente estaba muerto?
Felipe se acercó a la cara del aparente difunto y procuró escuchar si respiraba o no. En ese momento, el individuo cobró vida y apuñaló a Felipe en el costado derecho, con alguna especie de cuchillo. Todo sucedió demasiado rápido para Margarita; para todos…
Los dos hombres rodaron y forcejearon en el suelo; tirando además al padre de Margarita. El viejo parecía haberse lastimado pues no hacía mas que quejarse y aullar de dolor, mientras Felipe yacía en el suelo tomando de las manos al desconocido; tratando de impedir que éste volviera a utilizar el cuchillo.
  • Enciérrate en la casa, vieja! - Gritaba un desesperado Felipe, a quien las fuerzas abandonaban, en mayor medida por la herida del costado derecho.
  • Noooo, Felipe!…
  • Hazlo, vete pa’dentro y atranca la puerta!
Margarita hizo lo que le ordenó su esposo y corrió hacia el interior de la finca. Cerró y atrancó la puerta con un viejo madero; el cual constituía su única llave para guarecerse del exterior…Y entonces, en ese fatal segundo recobró consciencia de que Felipe le había dado la escopeta…¿Qué hizo con ella?, ¿dónde la dejó?…
En ese razonamiento estaba cuando afuera se escucharon dos disparos…Blam!…Blam!…Y luego le arrancaron los sonidos al mundo; enmudeciendo hasta sus propios gritos; los golpes que ella misma le daba a la puerta; las cosas que tiraba mientras ella recibía y abrazaba a ese estado de locura que ya había conocido antes, cuando el burlón y fatídico destino le arrebató la vida a su  pequeña Rosita.
¿Por qué no escuchaba nada?…¿Se habría atrofiado algo en ella, además de su corazón? Los colores de la realidad ahora se tornaban rojizos como la sangre; sus pulmones no le daban abasto para seguir gritando; se sentía derrumbarse pero continuaba aferrada a la puerta con las uñas de sus dedos entumidos.
Ave María purísima…Sin pecado original concebida…Blam!…Un disparo más. ¿Por qué no sentía nada?, ¿lo habría recibido ella?
Su hijo Damián…No podía darse el lujo de morir sin protegerlo. Había fallado en proteger o ayudar a su esposo…No iban a matarle al único hijo que le quedaba ahora. Cerró los ojos entonces…Y al abrirlos…El mundo retomó su color y sus tonos normales; sus oídos escuchaban ahora a la perfección. Su padre continuaba limpiando las mazorcas y Felipe estaba a su lado.
Tocó de nuevo la fría tasa de atole que tenía a sus pies…En efecto, fría pero no tanto como se sentía ella ahora mismo.
  • No le dije que el otro día vi a Julián en la estación del tren, Suegro?
  • No…¿Y qué estaba haciendo?, ¿hablaste con él?
  • No pude hablar con él. Iba subiendo al tren, y me parece que alcanzó a verme, pero no hizo el menor intento por saludarme ni nada.
  • ¿A qué habrá venido al pueblo?

Margarita sintió el peso del mundo; y cómo de repente todo lo que llevaba en el estomago venía de regreso hacia su boca. Arqueó la espalda y vomitó dolorosamente sobre el suelo. Felipe y su padre se levantaron en el acto y se le acercaron. Sintió las manos de su esposo tratando de detenerla y de evitar que se cayera. Ambos le preguntaban si estaba bien, pero no podía estarlo…Definitivamente algo se había atrofiado en ella.

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