martes, 7 de enero de 2014

Las Sorpresas del Día

Sus ojos, llenos de esas cositas difusas que enturbian la vista de los hombres de su edad, se posaron sobre el paquete que yacía en sus piernas.
Sus manos temblorosas comenzaron a trabajar; desenvolviéndo cuidadosamente aquello que le había mandado su esposa; aquello que no recordaba qué era, pese a que se lo habían dicho temprano.

Para él todo era una agradable sorpresa, hasta el calorcillo de la dura banca de concreto en la que estaba sentado; las gentes que paseaban por el parque...gentes que jamás había visto en su vida (o eso creía él), y todo el alboroto que hacían. En especial los niños.
Le divertían las riñas y lo competitivos que eran algunos de esos niños...A veces, cuando tenía tiempo de sobra, seguía las andanzas y travesuras de esos niños que se reunían a jugar luego de la escuela. Las marrullerías y aquellas pequeñas decepciones, que luego eran compensadas; ningún niño se enojaba más de 5 minutos...Aunque bueno, había sus excepciones.


Max había terminado de desenvolver el pan que ahora tenía en su regazo. Era su favorito. Ah, bendita mujer!...
Su cubierta era tostada, sin que ello representase un problema para su achacosa dentadura, y el interior era blando, suave y esponjado...Todo eso lo sabía, sin necesidad de tocarlo. Así como otras cosas...Pero ese no era el momento. Todavía tenía tiempo para seguir a la caza de esas sorpresas que el día le deparaba.

Alzó la vista al cielo turquesa con espesos manchones blancos pintados. ¿Qué era aquello que originaba todo ese ruido?...¿La avioneta que anunciaba el circo que recién llegaba a la colonia, quizá?...Si tan solo lo pudieran llevar a una función...Si tan solo...

Y ahí estaban los Pérez...(o así los había bautizado él); esa pareja que pasaba rápidamente todos los días, con caras largas y palabras carentes de la menor cortesía. Nunca mostraban el menor interés el uno por el otro. Y sin embargo, siempre pasaban juntos por ahí. 
Y ahí estaba la señora Juanita, al otro lado del parque, paseando a...¿Cómo se llamaba ese travieso e inquieto perrito? Siempre que pasaba a su lado, el perrito se acercaba y olfateaba los desgastados zapatos de Max. Tenía la impresión que lo reconocía y que deseaba quedarse, por como movía la cola y su repentina agitación...Pero nunca se quedaba. La señora Juanita no era muy amigable tampoco, como los Pérez.

Y no sabía por qué...(o sí lo sabía?), pero envolver de nuevo el pan que le habían mandado, siempre le costaba bastante trabajo. Plegar todas esas hojas juntas, para devolverlas a su estado original...Era lo que terminaba con las sorpresas del día.

Y luego de un rato más, con la puntualidad militar que les caracterizaba, llegaban por él. - "Es hora de irnos, Max. ¿Cómo te la pasaste?, ¿viste algo divertido hoy?" - Le decían.

- Sí. Vi muchas cosas divertidas hoy.

Aún tengo mucho por ver. Se decía a sí mismo. Pero ya tendría que ser el día de mañana.

Lo bueno para Max era que, para él...Cada día era como un gran y majestuoso comienzo. Todo volvía a ser justamente como el día anterior.

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