miércoles, 14 de enero de 2015

Risa a Medianoche

José Francisco, Emilio, Raúl y Gonzalo se encontraban platicando sobre el Diablo aquella noche sin Luna en que el frío era atenazante y te congelaba hasta las palabras; y qué mejores condiciones para hablar sobre tan singular tema que el sentarse ante una fogata en campo abierto, a mitad de la noche? Así se encontraban los 4 amigos junto con otros 2 campesinos añadidos, en las afueras del pueblo de San Toribio.
Las lenguas de fuego alcanzaban cerca del metro de altura y consumían vorazmente la leña que habían reunido por la tarde, luego de la jornada de trabajo. Aunque cabe mencionar que nadie esperaba a estos 4 hombres; no tenían un hogar al cual regresar y por ello aquel páramo desolado se antojaba para incluso pernoctar bajo las titilantes estrellas. Sobre los otros 2 sabían muy poco. Creían que venían del pueblo de Real de Catorce. Hablaban poco pero se habían mostrado muy agradecidos por haberles permitido acercarse al fuego.
El calor los arropaba a todos, como haría una madre con sus retoños; o como harían las mismas llamas del averno a todas aquellas pobres almas descarriadas que perdieron el camino y toda esperanza de volver a ver la luz.
¿Pero realmente existe tal lugar infernal y maldito?...Esa era la polémica de esa noche; argumentos a favor y en contra se dirimían pero ninguno de ellos aportaba mucho realmente. Cada quien parecía tener su estilo propio para contribuir a la sabiduría popular; a esas viejas y arraigadas creencias que les habían inculcado sus padres.


Los apagados ojos de Gonzalo se encontraban perdidos en el fuego y su mente había dejado la conversación momentos antes. En su conciencia bullían los recuerdos de Rosita, la hija de Don Venustiano, el dueño de la Cantina del pueblo.
Casi parecía escucharla; escuchar su risa cándida pero llena de intención. Veía sus ojos tan claramente como a las ardientes ascuas que se levantaban de la fogata; esos ojos que lo conquistaban todo, acostumbrados a ganar cualquier cosa o a conseguir todo lo que la Señorita se proponía.
Gonzalo no conocía un arma más poderosa que ese par de luceros. Incontables eran las veces en que había sucumbido a su embrujo y a las tretas que armaba la muchacha con tal de conservar su cariño y retener su atención ante cualquier tipo de distracción (entendiendo como "distracción" a cualquier otra cosa o persona que no fuera la misma Rosita. Ella siempre demandaba...Y seguía demandando después).

- ¿Y'ora...Qué mosca te picó, Gonzalo?...¿No escuchaste lo que acaba de decir el Raúl? - Emilio, quien se sentaba a la derecha de Gonzalo, había tenido que sacudir un poco a su amigo absorto en sus propios pensamientos.

- ¿Qué?...No, perdón. Me distraje. ¿Qué dijiste, tú?
- Quiobo, ponga atención pues!...Les decía a estos pelaos que hace tiempo me enteré de una historia sobre el Lupe. ¿Sabes cuál Lupe?, el hijo de Pancho Romo...Y como sabemos que tienen amistad, pensamos que ibas a comentar algo.
- Sí, Lupe...¿Y qué le pasó pues?...Es que no estoy al tanto.
- Ah, pos dicen que ya no es el mismo, que algo lo cambió; algo que vio hace unas 7 noches. Ya no lo dejan salir de su casa y tiene que andar con pañal porque el tipo anda como "ido"; no controla ya su cuerpo...y a duras penas consiguen darle algo de comer.
- Como si se le hubiera aparecido el mismito Diablo! - Comentó José Francisco.
- A lo mejor algo le picó...Y le afectó la mente al pobre - Contestó el propio Gonzalo.

En eso, uno de los 2 campesinos que los acompañaban rompió entonces el silencio en el que se encontraba desde hacía bastante rato.

- Y ese Lupe...No habla ni cuenta nada?
- Nada. Dicen que solamente se queja de vez en cuando y que una noche les pegó tremendo susto. El condenado se salió de la casa y se puso a reír con ganas, como poseído...Todos despertaron alarmados al escuchar aquello...Y más se alarmaron al ver que era el Lupe...Nombre, pobre Pancho...Pobre Hortensia.
- Dicen que cuando se ríen así es porque alguien está con ellos y no precisamente contándoles algo gracioso - Volvió a decir el campesino.
- ¿Tú qué crees que deban hacer con él, amigo? - Preguntó Raúl.
- Difícil saberlo...Hay brujos que te pueden curar si te echan el mal de ojo; que te pueden hacer una limpia, pero...
- Tú crees que alguien así pueda ayudar al Lupe?
- Por eso digo que es difícil. Yo pensaría que la familia ya ha intentado algo así a estas alturas - respondió el campesino, quien añadió además - Les agradezco por compartir el fuego, pero ya me tengo que ir. Todavía tengo que caminar hasta La Ventura. Ahí dispensen. Que pasen buena noche.

Los demás, al ver que solamente uno de los dos campesinos se había levantado y se marchaba, se extrañaron y se vieron el uno al otro. Fue Raúl el que alzó la voz para detener al que se iba.

- Pensábamos que los dos venían juntos. Quiero decir, eres bienvenido a quedarte si quieres - comentó, dirigiéndose al que se quedaba y que había sido el más callado de los dos. Pero el que contestó fue el que se encontraba de pie...

- No, no venía con él. A decir verdad...No lo conozco. Pero creo que le gusta mucho el fuego y por eso se queda. ¿No es así, amigo?

Sin embargo, el campesino permaneció en silencio, contemplando el fuego como si no existiera nada más; como si aquellas palabras estuvieran destinadas a alguien más.

- ¿Lo ven?...Le gusta el fuego. Que pasen buena noche.

Nadie comentó nada en un buen rato. Raúl veía cómo se alejaba el otro campesino, resistiéndose a la idea de dejarlo ir, mientras que Gonzalo había vuelto a perderse en el fuego que bailaba y crepitaba con vigor; Emilio miraba a cada uno de vez en cuando pero parecía no tener ganas de decir nada. El tema de conversación ya no era tan divertido...O tan interesante como hacía unos minutos.
Fue José Francisco quien finalmente se aventuró a hablar...

- Oye, amigo...¿Tú de dónde eres? Pensábamos que venías junto con el otro...

El campesino no respondió. Sus ojos parecían tener ese brillo característico de aquellos que están a punto de llorar; como si un dolor conocido se hiciera presente de nueva cuenta. Sin embargo, contraria fue su reacción pues al instante rompió a reír; una risa delirante, de la clase de risa que nubla el buen juicio; de la clase que te asusta porque te sabes perdido de antemano; porque alguien que está contigo te lo acaba de decir.

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