sábado, 2 de septiembre de 2017

Estrella de Plata

Sí, quizá sea el Comisario más joven jamás electo en el dominio. A mis 14 años lo he visto casi todo y he hecho también casi todo…Claro, todo lo que cualquiera puede hacer en el dominio.

Tengo una estrella oxidada que me identifica como la autoridad; sombrero de ala (un poco roto) color café; un chaleco oscuro desgastado que combina con unas botas también desgastadas pero que me han servido para recorrer estas tierras olvidadas y marchitas en donde no crece nada, ni las hierbas malas ni las cactáceas que en otros tiempos adornaban el valle y los escarpados montes circundantes.
Tengo también un viejo reloj de cadena inservible, que llevo conmigo a todas partes…Tiene un valor sentimental para mi…A pesar de no servir absolutamente para nada.

En la casa insignia vivimos sólo el viejo Comisario y yo…Quien me dijo una vez que ya estaba demasiado cansado para cuidar de los corrales de la gente, y que yo debía de tomar la responsabilidad, aunque para entonces, ya no había gente y los corrales estaban vacíos, de tal suerte que…Sí, el trabajo es muy sencillo y casi nunca sucede nada interesante. Nadie suele visitarnos, de manera que, ver la silueta de un jinete bordeando el arroyo seco en dirección del puente que sirve de entrada al dominio…Fue todo un suceso para el Viejo y para mi.

Rápidamente le ayudé a incorporarse de la cama y a vestirse; a lavarle y acomodarle su vieja dentadura postiza, pues me decía que sería de muy mala educación hablar con un extraño y mostrarle sólo encías arrugadas. Me pidió también que le limpiara y le ayudara a ponerse sus botas…El único calzado que tenía, de hecho (aunque estas tenían ya muchos agujeros en las suelas).
Para cuando estábamos listos, el jinete se encontraba ya esperando a unos metros de la entrada de la casa.

Debo de confesar que me había molestado no haber estado ahí cuando éste llegó, y haberme retrasado tanto ayudando al viejo Comisario, quien además pidió su estrella de regreso, pues decía que él estaba mejor preparado para tratar con desconocidos…Pero era sólo algo “temporal”, me prometió.
  • Buenas tardes, extraño…¿Qué es lo que te trae por estas tierras?…¿Vienes de paso? - Comenzó diciendo el viejo Comisario. Por un momento temí que se le cayera la dentadura y que balbuceara cosas sin sentido…Un momento…Temía?…O quería?
  • Buenas tardes, Viejo…¿Eres tú la autoridad por aquí?
  • Así es. ¿Qué se te ofrece?
El desconocido abrió su chaleco y nos dejó ver  al viejo y a mi, una colección de estrellas de plata que colgaban de su interior…Debía de tener alrededor de 10…De diferentes formas y tamaños…Pero todas ellas de reluciente plata. No había duda de eso.
  • Me llaman el Sucio John, y suelo tener este divertido pasatiempo de coleccionar estrellas de plata. Veo que la tuya está bastante descuidada, pero…Creo que quizá pueda limpiarse…Y no pienso haber recorrido tantos kilómetros para llegar a este cochino y olvidado rincón en el desierto, por nada…
  • ¿Quieres comprar mi estrella, forastero?
  • Ja, ja…No, me temo que no me has entendido, Viejo…Quiero tu estrella y tú me la entregarás voluntariamente.
  • No veo por qué deba de hacer algo así.
Yo ya había visto que el extraño portaba una pistola en la cintura y un rifle (probablemente listo para usarse) en la montura…No me gustaba realmente el giro de los acontecimientos, pero el viejo había querido lidiar con esto personalmente, de manera que dejé que él mismo se hiciera cargo.
  • Vamos, Viejo…Están prácticamente solos, el chico y tú. No hay una sola alma en un radio de al menos 90 kilómetros…Aunque debo decirte que estoy acostumbrado a tomar las cosas que quiero, de una forma u otra. Serás el alguacil más viejo a quien habré matado.
En ese momento, el viejo me tomó del brazo izquierdo y girándome hacia él, me colocó nerviosamente la estrella de nuevo sobre el chaleco…Me molestó más el hecho que lo agujerara una vez más, en lugar de haber usado el orificio que ya tenía; que el no querer lidiar con la amenaza que se cernía sobre nosotros.
  • ¿Qué sucede? - preguntó el desconocido.
  • Papá, usted dijo que estaba mejor preparado para tratar con desconocidos!…
  • Calla, muchacho!…No me llames Papá. ¡Estás en servicio!…El chico es la autoridad aquí, forastero. Tendrás que vértelas con él!
  • Ja, ja…¿De verdad?…Entonces el chico será el alguacil más joven que habré matado!…Pero no creas ni por un instante que te has salvado, viejo cobarde!
Luego de haberme colocado de regreso la estrella, el viejo me empujó ligeramente y me dejó justo entre él y el desconocido, a quien alcancé a observar que iba acercando su mano derecha a su pistola, aunque no me quitaba los ojos de encima…Me paré firme en mi lugar y comencé a decir entonces…
  • Voy a pedirle, Señor…De la forma más amable posible que…
  • Ahórrate lo que sea que vayas a decir, hijo!…No me interesa! Sólo dame esa maldita estrella y toda el agua que tengan. Tal vez ambos se salven de morder el polvo si te portas bien y haces lo que digo!…
  • ¿Papá?…
  • Tú estás a cargo, muchacho!
Y entonces, el día se convirtió en noche; las estrellas comenzaron a manchar la negra bóveda celeste aquí y allá. La brisa se arrastró por el valle y la temperatura bajó varios grados. Todos sentimos el frío y la repentina oscuridad que ahora nos abrazaba. Yo no apartaba los ojos del extraño y me regocijaba - Si he de confesarlo - de la tremenda desorientación o confusión que ahora hacía presa de él. Lucía más bien aterrado, pero no por ello menos peligroso.
  • ¿Qué diablos sucede?…¿A dónde carajos se fue el sol?
  • Será mejor que baje de su caballo, Señor. Temo que sufra algunos mareos y que la caída le resulte muy dolorosa. Será mejor entrar en la casa.
  • Nadie se mueva de su lugar o les meto una bala!…Hace un condenado momento había sol y hacía mucho calor, y luego…¡Todo está oscuro!…¿Qué treta es ésta?…¿Acaso me drogaron, malditos?!
  • No lo hemos tocado, Señor. No nos hemos acercado a usted, como nos ordenó…Tranquilo y haga caso a lo que dice el joven: será mejor entrar en la casa…Permítanos ofrecerle una bebida caliente y platicar con calma sobre el asunto de la insignia - Respondió el viejo Comisario.
  • Pero esto no puede ser posible…No, no, no!…El día no pudo acabarse así!, en un segundo!
  • El tiempo pasa volando, Señor. Es lo que le digo al chico! Que aprenda todo lo que pueda ofrecerle yo, pues como verá, mis días están contados. No creo que vaya a vivir mucho tiempo más…
  • Así es, Viejo!…Tu tiempo se agotó ya! - Respondió el extraño, quien en un alarde de agilidad, desmontó de su caballo y tomó la larga y mortal escopeta; con ella, apunto a la cabeza del viejo y preparó el disparo…Pero éste, lejos de atemorizarse o de hacerse a un lado; tomó con su propia mano el cañón del arma y lo acercó aún más a su frente…
  • El tiempo no se agota, mi amigo…El tiempo es como un río; fluye y corre siempre; ya sea de día y bajo el calor agobiante del sol; ya sea de noche, acompañado del cantar de las ranas y de los sapos.
Y entonces…La metamorfosis dio inicio…El viejo comenzó a volverse como el desconocido; recuperó las fuerzas que lo habían abandonado; la dentadura que tantas veces se le caía ahora se afianzaba a sus encías; la vista nublada y gris se desvaneció para recobrar aquella bendita capacidad para distinguir la vida, los colores, las formas y los rostros…Aunque, en contraparte, el desconocido experimentó el proceso inverso: su piel comenzó a arrugarse y su cabello de blanco se tornó. Las fuerzas que le sostenían habían cambiado de dueño, y sostener su rifle se volvió de pronto en una tarea imposible. Sus piernas tampoco podían sostenerle a él, de manera que ambos, rifle y hombre cayeron al suelo terroso.

El nuevo anciano no sabía qué le ocurría, pero su vida se marchitaba a medida que el otro cobraba vitalidad y se levantaba de la silla en la que había visto tantos atardeceres, sentado justo a la entrada de la casa.
El hombre levantó al viejo del suelo y lo sentó con todos los cuidados en la silla que había ocupado él mismo. Tomó su sombrero y recogió el rifle. Luego de inspeccionarlo unos instantes, fue a depositarlo en la silla del caballo…Se disponía a montar cuando vaciló un momento y giró en dirección mía. Su mirada…No sabría decir si podía interpretarla de forma correcta.
  • Ruego por que toda esta locura termine algún día - me dijo…Yo solamente lo seguí con la vista, mientras se alejaba de nosotros; galopando hacia la oscuridad, hasta el punto en que ya no lo veía…Y ya no lo oía.
Bajé la vista y vi que mi vieja y oxidada estrella seguía en su lugar. La toqué con mi mano y me sorprendió - en parte - percibir que estaba fría y que no era en absoluto una sensación agradable.
El viejo seguía en la silla, y parecía escrutar la negra noche en búsqueda de aquello que se le había arrebatado. No sentía pena por él…No podría definir lo que sentía por él…No podría incluso adivinar cuáles eran sus pensamientos en ese momento.

Me acerqué a él y aparté un poco el chaleco para comprobar que aún portaba todas esas estrellas de plata con las que había venido. Me pareció que bien podría - y merecía - tomar una de ellas y cambiarla por la que portaba. No tardé mucho en encontrar la apropiada: la más grande y reluciente de todas ellas…No podía esperar a ver su majestuoso brillo a la luz del sol, pero por ahora - lo sabía, había tareas más inmediatas e importantes.
  • No te preocupes, Papá…Déjame llevarte adentro y preparar la cena…

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