jueves, 4 de julio de 2013

La Bebida de los Hombres - Parte 2

Francisco apuró su café. Tenía que seguir con la investigación (o eso es lo que él se repetía a sí mismo) y no quería quedarse más de lo necesario en Las Magdalenas. Lo habían recibido mejor de lo que esperaba, dadas las circunstancias...Y no deseaba crearle a la gente falsas expectativas. La verdad es que no había ninguna pista ni explicación sobre los crímenes cometidos. Luego de varios días y semanas en algunos casos, los cuerpos habían sido movidos, velados y enterrados. Las escenas de los crímenes habían sido más que alteradas o ya no existían para entonces. ¿Cómo podía conducir una investigación así?...¿Por qué lo habían mandado a él?

Siendo totalmente realistas; la autoridad de la capital había respondido por mero compromiso, para no verse demasiado...desobligada o apática. También, siendo francamente realistas, al mandarlo a él enviaban otro mensaje al mismo tiempo: "Arreglenselas como puedan!".


- Padre Augusto, le agradezco por su tiempo y su ayuda en el asunto de las misteriosas muertes del pueblo. El café estuvo simplemente muy bueno, gracias.
- No tienes nada que agradecer, Hijo. ¿Aceptarás entonces llevarte una botellita de nuestro Mezcal?
- Claro que sí, Padre. ¿Qué se diría de mi después si se escucha que rechacé al reconocido Mezcal de la Parroquia?...El mejor Mezcal que se produce en la región.
- Eres muy gentil, Hijo. Ojalá que encuentres al responsable de tan horrendos crímenes. Ve con Dios...Que nuestro Señor ilumine tu camino y te conceda un pronto regreso a la capital. ¡Hermano Remigio!...

La humilde y seca habitación permaneció en silencio durante lo que Francisco pensó que había sido una eternidad, hasta que un delgado y jóven monje de cabellos rubios apareció por la puerta; arrastrando los pies y el alma; como si hubiera salvado una gran distancia para llegar ante el Padre Augusto.

- Oh, ahí estás, hijo. Acompaña a nuestro Hermano y ve que le proporcionen una botella de nuestro mejor Mezcal, por favor.
- Sí, Padre.

El mozo lo esperaba con su caballo en la entrada del Monasterio. Francisco le tendió unas cuantas monedas de cobre y lo despidió dándole las gracias. Volvió la vista a sus espaldas, esperando ver al hermano Remigio con su botella de Mezcal...Pero no. El hermano había desaparecido. En alguna esquina o pasillo se habían separado. ¿Qué debía hacer ahora?, ¿esperar al hermano? No le gustaba la idea de dejar esa botella. ¿Cuánto le pudieran dar por ella, de vuelta en la capital?
Pasaron un par de minutos cuando por fin vislumbró la figura del flaco hermano Remigio salir del Monasterio. Llevaba en sus manos lo que parecía ser una caja de tamaño mediano. Después de todo, no se iría de Las Magdalenas con las manos vacías. Se subió al caballo y esperó a que el hermano llegara ante él.

- Noli vendere velit. Suus 'tantum pro vobis - Soltó de pronto el religioso.
- ¿Qué?...No entendí lo que dijiste, hermano.
- Solamente le decía que fuera con Dios, Señor. Que encuentre lo que está buscando.
- Sí. Gracias.

Luego de tomar la caja y de colocarla en una de las bolsas de la silla, se despidió del hermano con un leve movimiento de cabeza y echó a andar al caballo. Se forzó a no mirar hacia atrás y dejar al extraño sujeto con sus extrañas oraciones, que poco o nada le importaban. "Podrías habérmelo dicho en español, imbécil presumido" - pensó.

Después de unos minutos de cabalgata y de haber dejado atrás la silueta del Monasterio y su famosa destilería, Francisco decidió parar unos minutos para abrir su regalo y refrescarse la garganta con un poco de agua. Se detuvo a la sombra de un enorme roble y sus manos comenzaron a desenvolver la caja que le había llevado el hermano Remigio.
Cualquiera hubiera podido pensar que el interés siempre lo había movido; que era un tipo sin grandes ambiciones y que buscaba obtener lo fácil en primer lugar. Cualquiera hubiera podido decir que había acudido a Las Magdalenas porque no le quedaba de otra, o porque no había nadie más a quien mandar. Lo cierto era que había acudido a morir...Simplemente.
El caballo se asustó y se irguió violentamente sobre sus cuartos traseros. Francisco cayó al suelo, partiéndose el cuello y terminando con ello su vida y aspiraciones mayores (si las tenía, cualesquiera que fuesen).
La caja y su contenido rodaron por el suelo, alejándose de las temblorosas manos de Francisco. Su caballo se perdió pronto detrás de una colina verde y empinada que los lugareños habían bautizado como el "Montesito de las Animas".

Horas más tarde, Jeremías subía aquella misma colina, abriéndose paso entre la gente que se hallaba congregada ya...Al verlo llegar, Miguel le preguntó:

- ¿Qué pasó?, ¿qué te dijo el Padre Augusto?
- Que esta persona había estado con él toda la mañana, platicando sobre las muertes en el pueblo y que se había marchado alrededor del mediodía, para seguir investigando...Que no se había presentado ningún problema. Desconocen lo que le pudo haber pasado; que iban a rezar por el eterno descanso de su alma, bla, bla, bla...
- No sacamos nada nuevo. ¿Y bien...qué crees que debemos hacer, Emiliano? Para esta hora ya todo el pueblo lo sabe.

Emiliano Jiménez fungía muchas veces como líder de los lugareños, pues además de tener el rancho más grande e importante de Las Magdalenas, su carácter fuerte y terco imponía casi siempre su voluntad y designios por sobre los de los demás. El hombre corpulento torció su grueso bigote y se apartó pensativo. Luego de unos segundos interrumpió el silencio reinante.

- Miguel, Jeremías, Ezequiel, Jacinto...José...Vengan conmigo. Los demás, ayuden con el traslado del cuerpo a la capital.

Una vez aparte del resto del grupo, Emiliano se quitó el sombrero y aclaró la garganta para hablarle a sus hombres.

- Muy bien. Todos estamos preocupados por lo que pasa en el pueblo. Algunos asustados, y otros, considerando incluso abandonarlo. No podemos permitir que pase eso, de lo contrario, Las Magdalenas morirá y se convertirá en un pueblo fantasma.
- Al pueblo ya lo rondan fantasmas, Emiliano. Al igual que yo, muchos han visto a un hombre encapuchado...Una especie de monje al que nadie conoce. Parece que siempre está presente o cerca de las muertes. Hoy no se ha visto pero...
- Yo no creo en fantasmas, Jeremías. De quien debemos cuidarnos es de los vivos. Los muertos...Bien muertos están, varios metros bajo tierra. No sabemos quién está detrás de todo esto; pudiera ser cualquiera...Pero yo confío en ustedes. Por eso los llamé aparte. Sé que ninguno de ustedes sería capaz de traicionarme o de cometer esta clase de crímenes. Lo primero que debemos hacer es...sospechar y descartar.
- ¿Cómo es eso, tú?
- Quiero decir que fuera de ustedes, yo sospecharía en todos los demás, hasta ir descartando, persona por persona, a todos y cada uno de los habitantes del pueblo.
- ¿Incluyendo a los monjes, Emiliano?
- Son parte del pueblo, ¿o no?
- ¿Mujeres y niños también?...¿Ancianos?
- Usen la cabeza y el sentido común!...Antes de que me pregunten, ¿y cómo hago para descartar a alguien?, yo les diría...Observen, vigilen, hagan preguntas...Al menor indicio de algo, o si ven a alguien comportarse de forma rara, me lo vienen a decir a mi. ¿Entendido?
- Sí. De acuerdo.
- Me parece un muy buen plan, jefe!
- ¿José?...
- ¿Sí, jefe?
- Estaría bien que te dieras vueltas por el monasterio y la destilería. Tus hermanos Agustín y...¿Cómo se llama el otro?...Ah, Antonio...Trabajan para los monjes en la destilería. Sería bueno que comiences acercándote a ellos y averiguar todo lo que puedas. Si te preguntan que qué te traes, tú diles que quieres ver cómo trabajan, que estás pensando dejar mi rancho. ¿Entendido?
- Sí, pierda cuidado, jefe. Así se hará.

Los 6 hombres bajaron entonces del "Montesito de las Animas" y cada uno tomó un rumbo distinto, dejando al resto ocupados llevándose el cuerpo del difunto más reciente. Lo depositaron dentro de la carreta de Raúl, el rechoncho carnicero del pueblo quien lucía su ensangrentado delantal y una descuidada barba de más de una semana. El impaciente sujeto daba claras señales de querer marcharse pero tuvo que tragarse todas sus quejas y esperar a que las conocidas beatas Pepa y Adela terminaran con la oración:

- "...María, Reina del Purgatorio: te ruego por las almas más abandonadas y olvidadas y a las cuales nadie recuerda; tú, Madre, que te acuerdas de ellas, aplícales los méritos de la Pasión de Jesús, tus méritos y los de los santos, y alcancen así el eterno descanso. Dios te salve María...Dales, Señor, el descanso eterno. Y luzca para ellas la luz perpetua...Descansen en paz. Así sea."
- ¿Acabamos ahora sí, Señoras?...Que me espera un largo, largo camino a la capital.
- Ya, Raulito. Vaya con cuidado y que Dios nuestro Señor lo lleve en su gracia.
- No vaya a abusar del Mezcal, Don Raúl! Y no olvide dejar mis saludos a su prima de la capital.
- Sí, sí, adiós...

A un chiflido del carnicero, los caballos comenzaron a jalar de la carreta y las ruedas y sus herrajes chillaron ruidosamente por unos instantes. No había pasado ni un minuto cuando el sujeto empinaba ya su cantimplora con la bendita bebida de los hombres. Era mucha la prisa por abandonar aquel lugar maldito. Era mucha la sed y la ansiedad; mucha la convicción de que todos se irían al Infierno más pronto de lo que nadie pudiera pensar.
El sinuoso camino y el calor de la tarde trajeron un incomodo y pegajoso bochorno que Don Raúl pensó en extinguir con más Mezcal...Luego vinieron los pájaros. Esos pájaros enfadosos que se paraban en la carreta y que a él le costaba trabajo espantar.
Los más grandes y atrevidos se lanzaban decididos para picotear el cadáver fresco que llevaba. Los sinvergüenzas hacían agujeros sobre la manta blanca que lo cubría...Luego vino el monje que aguardaba a la vera del camino y que pidió un lugar en la carreta para viajar a la capital. Bien podría espantar a los molestos pájaros, pensó...Bien podría ser buena compañía; viajar con la bendición del Señor y toda la cosa, pensó.

Sin embargo, los pájaros no dejaron de venir y el Mezcal se terminó. Una enorme parvada que picoteaba todo; absolutamente todo...Manos, espalda, cabeza...Todo menos al monje que sin duda no sirvió ni para espantarlos ni como buena compañía. Si ésta era la bendición del Señor, mejor regresar al Infierno en Las Magdalenas, pensó...Pero ¿cómo regresar?...¿Cómo regresar si te hayas perdido y en la oscuridad?
Desgraciadamente ya nadie podía contestar estas preguntas a Don Raúl, el carnicero que tenía prisa por dejar Las Magdalenas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario