martes, 17 de octubre de 2017

La Soledad

Caminando una vez por la playa de Palm Coast, me encontré con esta chica solitaria, sentada directamente sobre la arena, con la vista puesta en el azul cobalto del Atlántico. Su ondulante cabello castaño me impedía ver su rostro con claridad, desde donde yo estaba. Pero sí distinguía unas coloridas sandalias que hacían juego con unos sencillos pantalones cortos y un abrigo regular.
Sin embargo, lo que me llamó la atención no era el hecho mismo de encontrarse sola, en la playa…Sino el escucharla hablar, aparentemente con alguien más; alguien que no existía…Por lo menos no en los alrededores.

Decidido a saber de ella y sobre lo peculiar de su situación, dejé mi calzado en la orilla del andador y comencé a caminar descalzo sobre la arena en su dirección. La saludé y ella se giró hacia mi. Me saludó cortésmente al tiempo que me dedicaba una sonrisa gentil.
Me di cuenta de inmediato que no contaba con un dispositivo manos libres, audífonos o algún teléfono a la mano.
Sin rodeos, le comenté que me parecía muy sola, pero que me parecía aún más extraño que hablara con alguien; y que perdonara la curiosidad de un entrometido como yo. Y ahora que lo pienso, cualquiera me hubiera podido mandar al diablo…Hasta yo lo haría.

Pero no lo hizo. En su lugar, me dijo que todos los días sostenía una conversación con su prometido, Christian, y que por eso venía a la playa…Extrañado le pregunté por su prometido, puesto que no lo veía por ningún sitio. Divisé a una pareja trotando, junto con su mascota…A unos niños varios metros hacia el sur…Pero no había nadie más.
  • Christian está allá - me decía y señalaba hacia el horizonte; hacia mar adentro.
  • Oh, ya entiendo!…Tu prometido viene en un bote, y se ven en este sitio; en esta playa, no es así?
  • No…Él no tiene bote…Él simplemente hace lo mismo que yo. Se sienta en la playa y comienza a hablar conmigo. No lo he visto jamás, ¿sabes?…Pues se encuentra muy, muy lejos…Pero nuestra conversación es tan honesta, tan sincera!…Que realmente puedo decir que lo conozco…Que conozco su corazón.
  • Oh…¿Le hablas a su teléfono, verdad?
  • No hace falta nada, para que dos corazones se entiendan - me dijo…Y volvió a poner su atención en el mar. Yo comenzaba a ponerme incómodo y a pensar que tal vez me estaban jugando una broma, pues…¿Cómo era posible que ella le hablara a su prometido, sin un teléfono?…¿Dónde estaba él? Decidido como estaba, le pedí que aclarara mis dudas…
  • Discúlpame, pero no entiendo. ¿Cómo hablas con tu prometido sin ningún medio electrónico?…¿Dónde se encuentra él?
  • Todos los días vengo a esta playa y miro hacia el mar…En la dirección en que se encuentra él, y espero…Espero pacientemente hasta que él llegue y me hable. ¿Alguna vez has estado en Casablanca? Él me describe tantas cosas y con tanto detalle, que me parece que ya he estado ahí. Todo es tan hermoso…Pero también como aquí, hay muchos contrastes.
  • ¿Hace cuanto lo conoces?…¿Cuánto tiempo llevan haciendo esto?
  • Desde siempre…Porque para mi es como si toda mi vida girara alrededor de él. Pero no me creas del todo. Es sólo una forma de decirlo.
  • ¿Crees que yo pueda escucharlo también?, ¿justo como tú lo haces?
  • Sí…Por qué no?…A decir verdad. Me gustaría mucho que pudieras platicar con Christian, ya que…
La chica calló y bajó la mirada unos instantes, para luego escrutar de nuevo el lejano horizonte azul. Y yo dudé sobre qué hacer o sobre qué preguntar a continuación. Supongo que tal vez…Yo sentía que había hecho ya demasiadas preguntas.
Nuestra conversación se reanudó unos instantes después. Ella me decía todo lo que su prometido le contaba. Ella siguió platicando con él como si nada, y en un momento dado le platicó de mi; de un extraño que justo había conocido ese día y que se había mostrado curioso acerca de la platica.
Christian me saludó a través de ella y se mostró feliz de que su prometida no se encontrara totalmente sola de este lado del mar…Y yo me preguntaba, ¿quién en su sano juicio se alegraría de algo así?, pero también me preguntaba qué tan cierto era todo eso, y si no sería una mera alucinación de aquella chica solitaria en la playa?

Pasé un rato extraño, charlando con aquella pareja que podía comunicarse a través del mar. Me levanté y me despedí para retornar a mis cosas. De camino a casa seguí pensando en ella y en si debía de creer tal locura o no.
Durante una semana, alteré mi ruta vespertina hacia casa para no pasar por aquella parte de la playa y verla de nuevo solitaria ahí, charlando seguramente con alguien que no existía. Traté de ocuparme de mis cosas y de mis tareas, hasta que cierto día, inconscientemente volví a mi ruta habitual y pasé por donde se encontraba ella aquel día…Y ahí estaba…Apoyada con ambas manos y brazos hacia atrás de su cuerpo, mirando un poco más hacia arriba en el cielo, lanzando palabras, sílabas y vocablos a un viento cambiante y tramposo.

Se dio cuenta cuando me acerqué y de inmediato una amplia sonrisa apareció en su gentil rostro, y como si no hubiera transcurrido una semana entera, me invitó a sentarme y a charlar con Christian sobre algo que a él le preocupaba.
No hubo ningún reclamo como “¿y dónde habías estado?” o “¿por qué no regresaste?”. Me preguntaba si el factor tiempo era algo que pudiera preocuparle a esta chica de mirada abierta y ojos bellos pero a la vez, misteriosos.

Luego de eso seguí frecuentando a Linda…Sí, ese es su nombre…Pero curiosamente no conseguía mayor información. ¿Dónde vivía?, ¿tenía familia?, ¿a qué se dedicaba o cómo se mantenía?…No eran temas que a ella le gustaba abordar cuando platicábamos los tres (o eso quería pensar).
Y probablemente, lo más ridículo que hacía era tratar de comportarme en su presencia, y no tratar de revelar demasiado interés en ella, por respeto a un Christian sobre el cual seguía teniendo mis dudas razonables.

Transcurrieron tres meses durante los cuales, visitar a Linda se convirtió en una especie de hábito, al tiempo que paulatinamente el tema de Christian iba perdiendo importancia para mi hasta el punto en que sin duda lo convertí en una especie de “excentricidad” de ella, y que cada vez que emergía en una conversación, yo hacía todo lo posible por re-dirigir la charla hacia ella; hacia el ser humano que se encontraba frente a mi; de carne y hueso; que temblaba cuando hacía frío y que me despedía cariñosamente al final de cada tarde.

Al día siguiente, como era costumbre, me presenté puntualmente a la cita pero la playa estaba desierta, y aguardé de pie, no sé cuánto tiempo. Oteaba hacia un lado y hacia otro. La arena en mi calzado no me molestaba; todo carecía de importancia. Encontrar a Linda era lo único que me interesaba.
Cerca del final de la tarde decidí retirarme a mi casa y confiado pensé que sin duda ella había tenido algún contratiempo y que el día de mañana me contaría toda su aventura, como aquella ocasión en que una gaviota dejó caer un pescado justo en su cabeza, y que luego de la confusión, el ave fue tímidamente junto a ella para recuperar lo perdido.

La mañana siguiente fue igual al día anterior. Ella no fue a la playa, y encontré el mar un tanto más agreste; las nubes grises y el viento mucho más frío.

A la mañana siguiente yo ya estaba muy preocupado y preguntaba a todo el que pasaba por el lugar, pero nadie podía darme ninguna señal ni información sobre alguien a quien no conocían o que no habían visto…¿Había sido yo el único tonto que la había visto?
Y qué pruebas de su existencia obraban en mi poder si el mar se encargaba de limpiar la playa y de borrar todo rastro o huella de ella al final del día?
Pienso que fue ahí cuando finalmente me desmoroné y perdí la esperanza; que me senté más o menos en el sitio en el que ella lo hacía y que miré hacia la enormidad del océano…Vacío…Soledad…Y una voz que fue cobrando presencia a medida que llegaba a alguna oculta parte de mi cerebro…
  • ¿Cómo es que alguien puede alguna vez soportar tanta soledad?

No podía estar yo más de acuerdo…De modo que tuve que darle la razón…”No lo sé, Christian. De verdad que no lo sé…”

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