lunes, 15 de mayo de 2017

El Escarabajo

Ah, triste Gárrulo lleno de embustes y traiciones; ansioso por disfrutar de aquellas exequias ajenas de las que te contaron; ávido por derramar lágrimas falsas cuando te hablan de algo que no conoces: el genuino dolor de un corazón apesadumbrado, doliente por aquello que yace sepultado ahora; por esa mirada que jamás volverá y por esas palabras que flotan en la bruma pero que se van extinguiendo a medida que se revuelven con las tuyas, estulto y estrambótico sin moral…
Y no hago otra cosa que mirar a esas dulces personas enfundadas en sus largos abrigos negros subirse a sus mojados pero relucientes carros negros; ninguno devuelve mi mirada; ninguno habla sobre aquellas gotitas que penden de las ramas y de las hojas de los árboles, ni de cuán fácil es verlas desaparecer y mojar la tierra que ellos mismos lloran.

Pero tú, cretino cuajante sin oficio y sin remilgos, no tienes el menor reparo en acompañar a aquellas almas en su tránsito lento y miserable hacia una impecable morada vacía; les das unas cuantas palmaditas en la espalda mientras hábilmente finges interés en lo que te platican. Que el Señor les sepa brindar fortaleza y el ánimo para salir adelante, pero preguntales si de camino te podrán dejar en aquel café donde se reúnen para hablar sobre la obra de Murakami; el tiempo no importa…Aunque, pensándolo bien, ¿importó alguna vez?…

Armado con una flaca ramita, revuelvo la tierra húmeda, ensimismado en reflexiones que a nadie importan y que a nada llevan: es como un parásito que crece dentro de mi cabeza; algo que se alimenta del poco material útil que me queda allá en la fábrica de las desvanecidas ideas de juventud; y descubro un negro escarabajo que se abre paso y emerge a la superficie, triunfante e imperioso por probarse ante enemigos de los cuales no tiene la menor idea.
Tú eres como ese escarabajo: nadie te hacía en el mundo y ahora estás aquí, al lado de gente que sin embargo agradecen la falsa y cortesana simpatía; que comparten contigo lo que desayunaron por la mañana o que les da lo mismo quejarse amargamente de aquellas dolencias de la edad y de cómo los hijos han sido unos cretinos interesados a quienes sólo ven dos o tres veces al año…

Mi cordura es tan frágil como la ramita en mis manos…Temo que se quiebre en cualquier instante, si se aplica una presión excesiva, y entonces…¿Qué me quedará salvo unos dientes faltos de limpieza y tierra en los zapatos?…¿Por qué cosas me recordarán a mi y por cuáles a ti?…¿Quién enviará todas las cartas que tengo pendientes de escribir y regar el seco jardín de mis sueños imposibles?


Mas vale no preguntar. Más vale levantarse y caminar, no sin antes enterrar a ese escarabajo, lo más hondo posible; oculto de la luz y de la existencia.

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